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Calesitas porteñas: un recorrido de sonrisas

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Publicado: 18 / 02 /2022

Calesitas porteñas: un recorrido de sonrisas

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Las calesitas y carruseles de la Ciudad, protagonistas de la infancia de varias generaciones, desafían al tiempo con su danza circular en las plazas porteñas y despiertan la fascinación en los más chicos. Desde las más antiguas a las de nueva creación, suman 55, repartidas entre las 15 comunas porteñas.

A cada vuelta, una sonrisa. Las historias que atesoran estos monumentos vivientes se multiplican barrio tras barrio, manteniendo intacta una tradición familiar que es legado cultural de la Ciudad. Como ejemplo, “la calesita de Tito”, con 80 años de historia y situada en la Plaza Arenales de Villa Devoto. Santiago Funes recuerda la alegría que sentía en su niñez cuando acudía allí con su abuelo, la misma que hoy experimenta con sus hijos. “Siempre me encantó ir; luego llevé a mis hijas y ahora a mi bebé de un año. La plaza, la calesita, la sortija y todo lo que eso implica generan una interacción muy linda de socialización para los nenes”, opina.

Saavedra y Palermo son las comunas que reúnen mayor número de unidades, con seis en cada caso. Mercedes Alonso es vecina de Coghlan y en cada visita a Parque Saavedra o a Plaza Alberdi, donde se ubica una de las calesitas más nuevas de la ciudad, su hija Elena, de cuatro años, pide insistentemente dar una vuelta. Y otra, y otra. “Voy diariamente a la plaza y busco que sea como un evento especial ir a la calesita, que es distinto a disfrutar de los juegos que están al aire libre. A mis hijos les encanta: el contacto visual conmigo, estar con otros nenes, estar en los muñecos que suben y bajan, que tienen movimiento”, señala.

Desde 2015, una ley regula la instalación y el funcionamiento de los carruseles y calesitas en el espacio público de la Ciudad en referencia a los permisos de uso en los espacios verdes y las características técnicas y condiciones de seguridad que deben cumplir estas instalaciones. Además, la normativa vela por el respeto a los valores históricos, culturales y estéticos de estos bienes, declarados Patrimonio Cultural de la Ciudad en el marco de la Ley 1227.

Carlos Pometti, secretario de la Asociación Argentina de Calesiteros y Afines, creada en 2008, explica que la ley permitió al sector trabajar en conjunto con el Gobierno porteño para dar un marco de protección a este patrimonio, así como impulsar la instalación de nuevas calesitas y fomentar su uso como entretenimiento. Entre otras acciones, se ha llevado a cabo la refacción de la calesita del Parque General Paz, de acceso gratuito y regentada por el Museo Saavedra. “Allí hay juegos especiales, copiamos piezas de fotos del Archivo General de la Nación representando escenas de la época colonial incorporando un carrito de aguatero y otras diligencias”, cuenta Carlos Pometti.

En Buenos Aires, las calesitas presentan distintos estilos y diseños, y cada regente se encarga de su funcionamiento y mantenimiento. El oficio del calesitero, desempeñado tradicionalmente por hombres, es hoy también asumido por mujeres. Juan Pablo Couto, cuarta generación de una familia de calesiteros con actividad en Plaza Echeverría, en Villa Urquiza, insiste en que la actividad conjuga herencia y vocación: “Para nosotros no es un trabajo sino un estilo de vida, que en nuestro caso heredamos de nuestro bisabuelo”.

De las calesitas más antiguas de la tradición porteña, como la de Plaza Lavalle en San Nicolás, “la de Tito” o la regentada por Pometti en Plaza Nueva Pompeya, el inventario se fue ampliando en los últimos años con otras nuevas en las plazas Juan B. Terán, Don Bosco, Martín Rodríguez, Plaza Noruega y Zapiola. La Ciudad reconoce estos bienes como referentes urbanos de la Ciudad y pone en valor la actividad que se desprende de ellos, la cual comprende a sus organizadores y a su público, tanto infantil como adulto.

“A los padres les gusta que los chicos vayan a las calesitas y los traen por recuerdos propios a los mismos juegos a los que ellos se subieron en su día”, señala Pometti. Y agrega: “Creo que por más avances tecnológicos que puedan aparecer, lo que prima acá es la imaginación, que no deja de estar presente siempre que un nene se sube a una calesita. Eso es lo que las hace tan vigentes”.

Marina Luna frecuentaba de chica, junto a su mamá, la Plaza de Barrancas de Belgrano, donde ahora acude con su hija Celeste. “Cuando los nenes todavía no caminan, dar la vuelta es una linda experiencia y compartir ese momento es especial”, expresa. “Ahora que creció, a Celeste le gusta la sortija, por la vuelta gratis, y a mí me divierte que a veces mezclan canciones de nuestra generación, ochentosas, como la música de los Parchís, con las de La Granja de Zenón”, añade.

Las calesitas integran la memoria de la Ciudad con un efecto cultural multiplicador, motivo por el que se promueve su actividad y su proyección para las futuras generaciones. Así, entre vuelta a vuelta, esta invitación al disfrute en los espacios abiertos sigue su curso sobre caballos que suben y bajan, al calor de cisnes o burritos que sonríen, a bordo de pequeños aviones y naves espaciales comandadas por jóvenes tripulantes, y en compañía de los personajes animados que las ilustran, como Peppa Pig, Winnie Pooh o algún legendario Picapiedras que nos recuerda que las calesitas son emblemas de ayer y de hoy.

 






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